Hace un par de semanas me reunía por tercera vez con un cliente vendedor para intentar cerrar una operación de venta de un inmueble de más de 1 millón de euros. Era una operación complicada y que merecía mucho esfuerzo, pues los honorarios también eran altos. La negociación estaba enquistada por una diferencia económica de apenas 25.000 €. No había manera de avanzar: ni vendedor ni comprador daban su brazo a torcer.
La semana pasada hablaba con el director de la sucursal para renovar una póliza de crédito para la empresa. El director me transmitía una serie de indicaciones provenientes de su departamento de riesgos, que variaban sustancialmente las condiciones del crédito. No podía admitir esos cambios para mi empresa…