Cuando hablo con gente que no me conoce, más allá de mi ciudad o mi círculo habitual y les digo que soy Agente Inmobiliario, lo digo con orgullo. Lo que normalmente piensan es en que, en mi día a día voy con traje, estoy sentado en una oficina, con un escaparate lleno de carteles de “Se vende” y la gente viene a mí para que les busque algún piso.
Estoy intentando dibujar en mi mente ese concepto que tiene esa gente del agente inmobiliario y se me viene una oficina amarilla con mesas de madera y con carpetas con cientos de hojas con datos de pisos y clientes. ¿Consigues imaginarlo? Imagino esa percepción de estar esperando como un tiburón a su presa, mientras fumo un puro, sentado en esa mesa de madera llena de esas carpetas que reviso de vez en cuando. Y nada más lejos de la realidad… porque si espero a mi “presa” nunca llega.