El corredor es la figura más tradicional en el mundo comercial, tanto el inmobiliario como de otros bienes. La misión del corredor es, a partir de conocer que un propietario está dispuesto a vender, encontrar un comprador para ese bien. La misión del corredor se concluye con poner en contacto al comprador con el vendedor: normalmente no presta ningún otro tipo de servicio; ellos se ponen de acuerdo y acuden a formalizar la compraventa sin más ayuda. El corredor no trabaja en exclusiva: el vendedor puede pedir a varios que le encuentren un comprador y el que traiga el comprador más atractivo es el que completa el negocio y cobra su comisión.
La siguiente figura, la del mediador, llega más allá. El mediador, además de encontrar un comprador interesado en comprar y ponerle en contacto con el vendedor interesado en vender, añade los servicios de poner de acuerdo a las partes haciendo de parte intermedia. Se supone que el comprador y el vendedor no son capaces de completar la transacción o ponerse de acuerdo por sí mismos, y necesitan de la figura de una persona respetable, con conocimientos y la experiencia necesaria como para “poner paz” entre dos partes en desacuerdo: el vendedor quiere cobrar más y quiere garantías, y el comprador quiere pagar menos y que sea la otra parte quien de las garantías. El mediador es una figura imparcial, alguien que sabe lo que es “justo”, y se supone que hay un precio que es el acertado y que el mediador es el que lo conoce y sus argumentos tienen valor. La figura del mediador es más completa, requiere de más conocimientos y experiencia, de más respeto hacia sus criterios, y también cobra más.