Nos encontramos en plena transición industrial. Observamos como el centro de la economía basado principalmente en la “fuerza de trabajo” se ha estado trasladando, vagamente, al sector digital. Suscribiendo al reputado economista Santiago Niño Becerra, estamos entrando en un nuevo estado del sistema: el capitalismo del conocimiento. La fuerza de trabajo ya no es necesaria para generar PIB. El covid-19, ha ayudado a potenciar lo que ya estaba ocurriendo. Este suceso trae consigo la demolición y desvalorización de muchos puestos de trabajo, pero la creación y consideración de otros. Entre ellos el importante papel del “asesor”.
Las innovaciones han traído una gran cantidad y variedad de oferta en el mercado, nos permiten poder globalizarnos y crear un gran mercado mundial, pudiendo acceder a recursos de todos los lugares e índoles. Las empresas cada vez están más enfocadas al marketing, segmentando el mercado de una manera más precisa para comunicarse más directa y personalmente con el potencial comprador. La espada de la innovación y el progreso siempre es de doble filo. Deja a una masa de consumidores, sin objetivos de compra o venta claros, a la deriva en un mar de información que los precipita a un encallamiento. Aquí considero que es cuando “la marca personal” se empodera y toma el papel protagonista. El mercado desea encontrar a alguien único, transparente y confiable que le ayude a discernir el mejor camino ante tantos por escoger.