El primate altruista
Las personas somos capaces de colaborar estrechamente y sacrificar intereses propios en aras de valores e ideales que transmitimos de generación en generación.
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Entre las frases más notables, y menos conocidas, de Winstosn S. Churchill destaca la que afirma que “la honradez es la mejor política”. Vivimos en una época en la que los valores éticos se encuentran tan devaluados que puede resultar chocante encontrar una frase tal en la pluma de un político tan pragmático como lo fue Churchill. Porque lo que se asevera en ella no es que haya que ser honrado por una cuestión moral, lo que se afirma es que se trata de la estrategia más útil. ¿Puede ser esto cierto? ¿Pueden los valores ser instrumentos útiles en este mundo despiadado donde cada uno busca su propio beneficio? ¿Es rentable ser altruista?
Estas mismas preguntas han torturado a los biólogos evolucionistas durante décadas. La teoría darvinista de la selección natural parece no dejar lugar a la existencia de comportamientos altruistas. Aparentemente, un hipotético gen que promoviese el altruismo no tendría posibilidad de extenderse por la población. Los individuos portadores de dicho gen tenderían a anteponer el interés de los demás al suyo propio, lo que reduciría sus expectativas de supervivencia y de reproducción en beneficio de las de aquellos beneficiados por su generoso comportamiento. Siguiendo el razonamiento, es fácil concluir que los altruistas dejarían menos descendientes que aquellos que solo velasen por sus intereses. El gen altruista se iría haciendo cada vez más raro hasta desaparecer en unas pocas generaciones. De este modo, la generosidad llevaría en su seno el germen de su extinción.